martes, noviembre 29, 2005

William Adolphe Bouguereau

El hombre es una bestia que muta a lo largo de su vida, persistentemente en algo más vil y adverso. Éste encuentra caminando en sus primeros años, por los calidos y paradisíacos valles de la niñez, ese ser lúdico que coexiste dentro de él. Al paso del tiempo trota con una mirada lujuriosa y se abre camino hacia los bosques frondosos, oscuros e impredecibles de la adolescencia, pero las voces que escucha ahí dentro lo incitan a descubrir su lado sensible y el hasta entonces desconocido amor. No existe una inspiración más cautivadora y llena de belleza, que aquella que detiene la metamorfosis mediocre del hombre y lo convierte en un ser digno en la vida, sólo hay una esencia que lo puede lograr; la mujer.

La fémina fue desde tiempos mitológicos, es y será por siempre, una musa para toda clase de hombres que advertimos en ella, esa hermosura, compresión y compañía, que sólo con sus delicadas palabras y sus sublimes caricias, es capaz de llenar el inmenso vacío de nuestra existencia varonil.

Todo lo anterior se representa sobre los lienzos del galo William Adolphe Bouguereau, pintor de estilo neoclasicismo francés. Bouguereau expresa en obras de toque realista, a la mujer como un símbolo de perfección, inteligencia y amor. En cuadros como “El nacimiento de Venus”, (diosa del amor), se puede captar la belleza del cuerpo de la divinidad, y en la pintura “Arte y Literatura”, se aleja de la banalidad, para proyectar la inteligencia y capacidad artística que yace innata dentro de lo femenino; representando al arte y la literatura con fisonomía de mujer. Una de sus máximas creaciones “Ninfas y el Sátiro”, óleo elaborado en 1873, está lleno de colores vivos que enriquecen su realidad y nos muestra a las ninfas, espíritus femeninos de la naturaleza, atrapando a un sátiro lascivo, que en su caminar por el bosque encuentra el dulce y exacerbado amor.
"Sólo tú mujer me haces sufrir y reír, porque únicamente así amor, das sentido a mi vana existencia, sólo tú eres receptáculo de vida y no obstante que aún no te fijas en mí, te amo y es por eso que lucharé, porque mi vida eres tú."

domingo, noviembre 13, 2005

Doménikos Theotokópoulos (El Greco)

La oscuridad es un velo omnipresente que sobrevive en el día, y reina durante la noche. Existe una dualidad en lo negro que no podemos negar, vive sin la luminosidad y a la vez depende de ella; así sabemos que donde yace el bien, deambula el mal. Es precisamente esto lo que le brinda un poder superior al que posee la luz, porque donde no hay fuego las sombras imperan, declarando así su existencia autónoma; y cuando el sol irradia su albor sobre las cosas, son estos mismos cuerpos los que dan vida a las sombras, que residen ocultándose a sus espaldas.

De ahí una sumisión de la luz hacia la oscuridad, eso mismo plasmó el pintor griego “El Greco”, en muchos de sus cuadros repletos con tonos opacos. En una de sus obras más relevantes “Cristo Crucificado”, óleo que pareciera propio del renacimiento, pero que a diferencia de esa época, expone la tendencia del color pardo que aunado a su estilo “Manierista”, exhibe figuras exageradas, con distorsiones anatómicas y la cara alargada, además descubre ese sentimiento triste y lleno de sufrimiento, expresado por el autor. Este cuadro lúgubre fue elaborado entre 1585-90.

lunes, noviembre 07, 2005

Novedades
Moviste mi mundo, mis pensamientos, mis sentidos y hasta mis sentimientos, pero no hubo advertencia de que después de todo existe una realidad adherente; el vacío.
Entramos a la nada para descubrir un todo efímero que terminó por desgarrar mi alma y destruir mis ilusiones, que me desmostró que ese todo era la nada disfrazada de aventura.
Cada suspiro acaba con una parte del corazón que ingenuamente creyó vivir un mundo sincero, aunque siempre supo lo cínico que podría ser en ocasiones.
Estos ojos no ven con aquella inocencia el mundo cruel, ahora notan lo sucio y despiadado de las personas egoístas que buscan simplemente sus beneficios.
Ya no estoy aquí, divago en los recuerdos e intento desesperadamente aliviar este dolor con el olvido o con la muerte, para reencarnar en la niña que alguna vez fui y que se ha perdido para siempre por conocer novedades infames.
No diré adiós porque jamás dije hola y porque no mereces saber que me sorprendiste en el instante en el cual me detuve para observar el mundo.